OHANA SIGNIFICA FAMILIA, FAMILIA QUE NO SE OLVIDA Y QUE SIEMPRE ESTARÁ JUNTA.
Nos querremos mas que a nadie pa' que no corra ni el aire entre tú y yo.

viernes, 29 de marzo de 2013

"Miradas entre los dos."

Las mañanas de principios de primavera son igual de frias que cualquiera de las de invierno. Menos si tú formas parte de ellas. Imagino despertarme o que me despiertes y encontrarme tu espalda o tus ojos, mientras de fondo escucho cualquier canción de Nirvana que se mezcla con 62 latidos cada minuto. Y ahora dime, ¿cuántos lunares tiene tu espalda? ¿Cuántas veces al día rasgas las cuerdas de tu guitarra? ¿Cómo conseguiste vencer a mi despertador? ¿Por qué sigues aquí esperándome cuando sabes que siempre llego tarde?
En la mesilla la botella de tequila, mi paquete de tabaco y una lista incompleta, sobre la almohada encuentro nuestro propio cielo a pesar de que nunca soñé con él. Mi collar de cascabeles suena perdido por la habitación, y la luna descansa sobre mi muñeca. Tus manos recorren mi cuerpo y enredan mi pelo, tus ojos siguen a mis pupilas. ¿Qué más da la cantidad o la forma en la que nos queramos?
Y yo sigo aqui, colgada de mis vicios, mientras tú me miras al otro lado de las sábanas y sin quererlo sonríes.
Ahora mismo ni siquiera busco que lo entiendas.
Será verdad eso de que (d)escalzos nuestros pies siempre se llevaron bien.

lunes, 18 de marzo de 2013

Tic tac, tic tac.

Se agotó el estado de espera.
El tiempo corre, pasa, constantemente, ahora mismo, en esta vida agridulce no existe el Standby, ni el aleatorio, ni el pasar rápido, ni el volver atrás, nada que nos permita cambiar más que nosotros mismos.


lunes, 11 de marzo de 2013

Sube y sueña.

Una vez más temblaba y gritaba de rabia y frustración:
"Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; y este aplauso, que recibe prestado, en el viento escribe, y en cenizas le convierte la muerte, ¡desdicha fuerte!".
Brillaba y caía, nunca dejaba de sentir mientras me escondía entre aquel mundo extraño y bohemio.
"¿Que quizá soñando estoy, aunque despierto me veo? No sueño, pues toco y creo lo que he sido y lo que soy…"  
Los aplausos me engullían, los focos resplandecientes apuntaban únicamente a mi persona. Y entonces comprendí que aquel sitio era perfecto para mí, mi Locus Amoenus, mi lugar soñado, esperado, idealizado. Desde el suelo recité de memoria mi último papel en este juego. Y luego silencio, silencio, y una dulce voz que cantaba, mi voz rota. Suspiraba entrecortadamente, mientras miraba hacia el final pero sin ver nada. Los sentimientos se esfumaron de mi interior y allí me quedé sentada, vacía, mientras el tiempo pasaba sin que yo tuviera conciencia de ello. Mi muerte se acercaba lenta y dolorosa con el final del mundo que había creado en apenas 80 minutos. Fue entonces cuando cayó el telón.



Y una vez más me encontré allí, yo contra mí misma, ante muchas filas de butacas vacías, de mudos aplausos, en la zona donde muere el escenario.

"La vida es sueño - Calderón de la Barca."

domingo, 3 de marzo de 2013

Tras mi espejo.

Me desperté en una sala acolchada y la chica que estaba allí dentro se estaba empezando a agobiar demasiado… Bueno, mejor empecemos por el principio.
Mi nombre es Charlie, tengo 19 años y mi vida es lo que muchos definirían como perfecta. Estudio en la facultad de Psicología en Barcelona, la ciudad a la que siempre quise escapar.
Me llamo Charlie, de Charlotte. Tengo 19 años, y lo único que me ha preocupado en ese tiempo es mantener mi libertad. Mi vida es un desastre, pero por lo menos es la que yo he elegido. Vivo en Barcelona, la ciudad del arte.
Aquel viernes por la mañana fui a clase, como me tocaba habitualmente todas las mañanas. Toda mi vida había seguido las cosas que me gustaban y me motivaban y solía conseguir casi todo lo que quería. Muchos me habrían definido como la niña bien.
La luz del Sol colándose por la ventana y clavándose en mi espalda me despertó esa mañana. No reconocí las sábanas sobre las que me hallaba, sabía de sobra que no era mi cama. Creo que era viernes, no recordaba mucho de la noche anterior. A mi nariz llegó un olor a café recién hecho y a pan tostado. Busqué mi camiseta ancha de AC/DC que me cubría lo suficiente y me levanté de la cama. En la cocina mi acompañante de la noche anterior preparaba el desayuno para dos. Me excusé con la prisa y salí de aquella casa antes de que ninguno de los dos se sintiera anclado al otro. Huir del compromiso era mi ley de vida.
Al salir de clase fui a comer con mis amigas y después de dedicarle un par de horas a mis estudios me fui a clases de ballet. Casi todas las niñas se apuntan a ballet de pequeñas y luego lo abandonan por otros estilos de baile u otros deportes. Mi constancia, la relajación que sentía en cada paso y todas las alegrías que me había dado este estilo de baile me impidieron dejarlo de lado. Todo era tan delicado que parecía que cada una de las bailarinas se rompería si corriera un leve viento. Los tutús, las zapatillas, era un mundo que me entusiasmaba y sobre el que podía estar horas hablando. Después de dos horas de ballet, fui a casa y me duché.
Fui hacia mi moto, me puse el casco y como cada mañana fui hacia mi piso desde un punto cualquiera de la ciudad. Creo que yendo de cama en cama ya había estado en todos los barrios de Barcelona, eso si que era hacer turismo. Tenía el tiempo justo para llegar a casa, cambiarme e ir hasta donde daba mis clases de hip-hop a niñas pequeñas. Siempre me había gustado bailar, era una de las pocas cosas que seguía haciendo desde que era pequeña, por no decir la única. En la academia en la que aprendí, sobresalí bastante, o eso debieron pensar puesto que me ofrecieron el puesto de profesora y del que ahora vivía.
Vivía en un piso bastante grande y perfectamente ordenado, hasta el último detalle, todo limpio, cada libro en su sitio, cada CD en su caja menos el que acababa de empezar a sonar: Adele. Esta chica era mi ídolo, su voz me hacía temblar y removía todos mis sentidos.
Después de la clase, y de ver las caritas relucientes de las niñas tras haberse aprendido la coreografía entera (esos eran los únicos rostros a los que me quería acostumbrar en toda mi vida, sentir como mi rutina), me fui a casa a ducharme para volver a mi hábitat natural, la noche. De camino a casa con los cascos puestos y reventando mis oídos sonaba la rasgada voz de Kurt Cobain, la única persona a la que he llegado a admirar alguna vez.
Sonó el timbre y fui a abrir. Tras la puerta mi novio, Andrés, esperaba por mí, las 9:30, puntual como habitualmente, me dio un beso dulce, me acarició el pelo mientras me decía “Te he echado de menos pequeña”. Él era alto, guapo, rubio, listo, divertido, sensible, el chico perfecto de la vida perfecta.
Esa noche decidí ponerme mi falda de cuero y una camiseta cualquiera, total a saber donde acabaría. Sonó mi teléfono y era un número desconocido. Descolgué y lo primero que oí fue un “Princesa”, colgué rápidamente. Seguro que era el chico de esta mañana o cualquier otro que no había conseguido entenderme todavía. Tampoco me iba a preocupar.
Como un viernes de cada mes desde hacía algo más de dos años me invitó a cenar a mi restaurante italiano favorito, después habíamos quedado con nuestro grupo de amigos comunes para ir a bailar a alguna discoteca. Me encantaba rodearme de gente, me encontraba más a gusto que si estaba sola. Mis amigos y Andrés se acercaron a la barra a pedir sus chupitos y mi zumo de piña. Era la única del grupo de que ni bebía ni fumaba, nunca me había atraído lo suficiente como para probar ninguna de esas cosas.
Fui al antro de siempre, un bar al que pocos desearían entrar donde estaba gente que en el fondo era agradable y como cada noche jugamos un par de futbolines mientras el tequila corría por mi garganta. Salí un par de veces a fumar fuera para compartir con dos amigos nuestro nuevo paquete de tabaco.
Mientras se dedicaban a brindar me escaqueé al baño para retocarme un poco el maquillaje. Allí me encontré a una chica con una minifalda de cuero, unos tacones bastante considerables y una camiseta con muchísimo escote. Su pelo estaba bastante alborotado. Estaba fumando  y ni siquiera se inmutó cuando entré, sus negros ojos parecían muy profundos y en ningún momento apartó su mirada de mí. Terminé rápidamente y salí del baño, pues allí me sentía incómoda.
Al cabo de dos horas ya había vaciado 16 veces (o más, igual ya había perdido la cuenta) mi vaso. Fui al baño un poco aturdida, y allí me encontré a una niña pija, no encajaba en este ambiente. Se me quedó mirando y no separó sus ojos de los míos, nos quedamos mirando a través del espejo y no parecía tener intenciones de salir por lo que me fui de allí.
Volví con mis amigos y empezó a sonar una de mis canciones favoritas, bailamos una tras otra, mientras nos divertíamos, nos sacábamos fotos y nos despreocupábamos de todo por un par de horas. A las 3 o así decidimos marcharnos de la discoteca buscando un poco de tranquilidad.
Después de un par de chupitos y medio paquete más nos fuimos. Mi mejor amigo desde que éramos pequeños, Andrés se quedó conmigo dando un paseo. Recorrimos todo el centro y se nos ocurrió un plan que agradó a los dos.
Andrés y yo nos despedimos al rato, queríamos y necesitábamos estar solos. Me cogió de la mano y paseamos por el parque donde nos encontramos por primera vez. Nos acercamos al lago, justo donde había un pequeño puente de madera. Era el mejor lugar del mundo en ese momento. Observé nuestro reflejo en el agua.
Habíamos acabado en el parque donde siempre jugábamos de pequeños. La verdad es que no sé que habría sido de mí sin tenerle al lado siempre que le había necesitado. Hablamos de todo y de nada, conversaciones sin sentido y llegamos hasta el borde del lago, donde nos sentamos y empezamos a tirar piedras al agua, compitiendo por ver quién lograba llegar más lejos.
¡No me lo creía! La chica del baño de la discoteca se encontraba detrás de nosotros, la acababa de ver reflejada en el agua, miré rápidamente a los lados y no estaba, se había esfumado.
En la otra orilla del río volví a ver en el agua a la niña del baño, ¿llevaba siguiéndome desde entonces? Miré hacia la orilla y no estaba, me tranquilicé un poco, pero algo en mí me decía que pasaban cosas muy extrañas.
Decidí no decir nada por no alarmar a mi novio. Lo único que le dije fue que tenía frío y me gustaría ir a algún sitio algo más recogido. Él me preguntó que si me apetecía ir a su casa y pasar allí la noche, pero algo extraño en mí me llevó a mentirle diciéndole que me dolía un poco la cabeza y que lo dejáramos para la noche del sábado.
Me sentía bastante incómoda después de lo de esta chica así que le dije a mi amigo que estaba cansada, que había pasado la noche anterior fuera, ante lo que se rió y dijo: “Eso de pasar la noche en casas que no son la tuya es lo habitual desde hace unos años.” Ambos reímos, la verdad es que tenía toda la razón del mundo.
Él aceptó y se ofreció a llevarme en coche hasta mi casa. Fuimos hasta donde lo había aparcado y compartí con él un viaje más desde nuestro parque hasta el aparcamiento que estaba enfrente del portal de mi casa. Nos despedimos con un beso que parecía el final de una película romántica y me costó mucho bajarme del coche. Corrí hasta el portal para no quedarme helada y en la puerta le lancé un beso al chico con el que desde hacía un tiempo imaginaba mi futuro. Él hizo el gesto de cazarlo al vuelo y guardarlo en un bolsillo junto a su corazón.
Andrés quiso acompañarme a casa para que no fuera yo sola y para poder seguir disfrutando de nuestra compañía mutua. Creo que era la única persona que me conocía más que yo misma. Durante el camino nos pusimos a hablar de cuando éramos dos niños. ¿Quién iba a decir que acabaríamos así? Sus padres murieron hace 3 años en un accidente de coche y los míos no querían saber nada de mí, no conseguían entenderme, así que era como si no tuviera familia. Llegamos a mi portal, donde nos despedimos con un fuerte abrazo y un “Nos vemos mañana en el lugar de siempre y a la hora de siempre”
Entré rápido y subí hasta el 4º. Abrí la puerta y ya estaba en casa, eran las 5. Después de desvestirme, ponerme el pijama y leer un mensaje de Andrés que me sacó una gran sonrisa fui al baño dispuesta a desmaquillarme. 
Eran las 5 de la madrugada, que raro se me hacía encontrarme en casa a esas horas. Mientras me quitaba la ropa dejándola tirada por el pasillo me ponía mi pijama: Una camiseta ancha de los Ramones. Me encaminé hacia el baño dispuesta a meterme lo antes posible en la cama.
Sentí auténtico pánico al ver en el baño de mi casa a la chica de la minifalda de cuero. ¿Cómo había entrado? ¿Y que quería de mí? Chillé y me puse a golpearla como una loca mientras gritaba y lloraba, tenía miedo, mucho miedo.
Nada más encender la luz, un grito resonó por todo el piso, ¿qué hacía allí la chica esa? No era posible, ¿qué estaba pasando allí? Sin pensarlo me lancé contra ella con la intención de inmovilizarla para saber que estaba pasando allí. El terror empezó a apoderarse de mí.
Paré cuando mis manos empezaron a sangrar y me senté en el suelo del baño histérica, al borde de un ataque de ansiedad.
Un líquido rojo empezó a manar de unos cortes en mis manos, sangre. No sé de donde había salido ni por qué, y empecé a preocuparme.
Miré al frente y tras el espejo me miraba la chica de ojos negros y melena despeinada. Tenía el maquillaje corrido de las lágrimas, un gesto de dolor, arañazos en los brazos y sus manos llenas de sangre. Entonces me di cuenta de que esa misma era yo.
Miré al espejo, a través de él encontré a la niña sentada en el suelo, en la misma postura que yo. Tenía exactamente los mismos cortes en las manos que no paraban de sangrar. En ese momento, comprendí que mi enemigo era el espejo, estaba dentro del espejo, mi enemigo era yo.

Después de tranquilizarme un poco pensé en no contarle a nadie lo sucedido, pero necesitaba ayuda profesional y de la gente cercana a mí. Llamé a Andrés, que por suerte seguía despierto y se lo conté todo. Él me dijo que me quedara quieta que ahora mismo venía hacia aquí para ayudarme. Llegó y se encontró la puerta abierta. Me encontró tirada en el baño, con los pelos más alborotados de lo normal y la piel muy blanca bañada en sangre que no paraba de correr sobre mis muñecas. Me ayudó a levantarme y a volver al mundo. Me vestí y me llevó al hospital donde me curarían las heridas. Mientras, él debió hablar con alguna de las enfermeras sobre lo que le había contado camino al hospital y lo que había visto en el baño de mi casa: el espejo roto a puñetazos, mi ausencia del mundo real, la chica que me seguía, y todo aquello que parecía sacado de una película de terror. Yo me hallaba en estado de shock, y los enfermeros me miraban con cara de preocupación, no lograban explicarse como una chica aparentemente normal podía sufrir esto.
Me llevaron a ver a un psicólogo que me hizo pasar el test psicotécnico como un mero trámite para poder internarme. El problema o igual el beneficio que suponía para mí estudiar psicología era que me sabía casi todos los resultados que diría una persona cuerda por lo que los recité de memoria. Aún así quisieron internarme al menos mientras les comunicaban la noticia a mis padres. La camisa de fuerza y la sala acolchada me quitaron todo por lo que realmente había luchado en mi vida, mi libertad. Lloré mucho de la impotencia y la rabio que me daba luchar en vano contra mi enfermedad y contra lo que ahora mismo me estaba aprisionando. Entre sollozo y sollozo caí rendida, llevaba prácticamente dos días sin dormir.
Me desperté en una sala acolchada y la chica que estaba allí dentro se estaba empezando a agobiar demasiado, por desgracia esa chica era yo. No recordaba nada de las dos últimas horas, se abrió una puerta y entraron mis padres. El psicólogo les había dicho que sufría una esquizofrenia grave, pero que no podía internarme sin mi consentimiento, puesto que en el test no di ningún signo de ello. Me negué rotundamente y pedí salir de allí lo antes posible. Mis padres preocupados intentaron razonar conmigo pero yo no atendía a nada más que volver a ver el mundo fuera de esa sala y poder estirar los brazos de una vez.
Andrés me esperaba fuera con el coche para llevarme a mi casa y cuidar de mí, pero le dije que necesitaba ver antes a una persona a solas. Me llevó a casa de un amigo que vendía pistolas sin registrar, y que como aún no se había enterado de nada accedió a vendérmela. La escondí en el bolso y volví a casa acompañada de mi amigo que se paró en el supermercado mientras me dejaba subir a casa porque me encontraba cansada. Rápidamente me encerré de modo que nadie pudiera entrar. Cogí un papel y un bolígrafo y escribí como carta de despedida: “Luché por mi libertad hasta el momento en que la muerte fría y dolorosa me acarició y me sedujo para llevarme con ella. Nunca dejaría que nadie me la quitase, es lo único por lo que he seguido luchando día tras día. La libertad siempre fue mi única rutina, y si ella decide que debo morir para salvarla así lo haré. Gracias por entenderme y por no hacerlo también”.
Dejé la nota junto a mi cama, acerqué la pistola al lateral de mi frente y tras recitar una vez más a dúo con Cobain mi canción predilecta de Nirvana apreté el gatillo sin pensarlo. Lo último que sentí fue el cálido abrazo de una bala en mi sien y la ardiente sangre que empezó a correr alegre y tristemente por mi piel.
Primero empezó la tormenta y al fin llegó la calma.

Que bonito eso de saber que a cada paso que yo dé lo darás tú también.

Siempre así.