Mi cigarro llegaba a sus últimos momentos de vida y seguía arrastrándome hacia mi muerte. Al otro lado de la ventana llovía como si intentara ahogarnos a todos en un efímero descontrol, invitándonos a un baile desenfrenado mientras el agua resbala por nuestro cuerpo. Mi interior se debatía entre salir y calarme o quedarme y cuidarte. Aquellos delirios nunca me habían abandonado, seguía siendo una loca tan cuerda o una cuerda tan loca, no lo tenía claro todavía. El éxtasis se dedicaba a invadir mi cama cada noche en forma de cuerpos. Volví a mirar a través del cristal, sobre el cual se reflejaban mis sábanas y entre ellas el deseo fugaz.
Y cuando por fin me decidí a salir, salió el Sol conmigo. Siempre me pasa que llego tarde.
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